El amor es la voluntad de querer. Los sentimientos fluctúan de un lado para otro y no permanecen estables. Hoy, mi parecer puede ser de una forma y, mañana, puedo sentir de otra. De esa forma, el amor, aun estando formado por sentimientos y pasiones, no es lo uno ni lo otro, pues, de serlo, sería inestable. El amor es un compromiso y Dios es la referencia y el ejemplo a seguir.
Pero, ese compromiso de amor necesita apoyarse en cuatro pilares: Amor, respeto, diálogo y perdón. Es precisamente, lo que hace nuestro Padre Dios con cada uno de sus hijos. En ese sentido, decíamos ayer, que nuestra unidad, fidelidad y salvación se debe a la Infinita Misericordia de nuestro Padre Dios. Dios nos respeta, nos escucha y nos habla, es decir, se abre a un diálogo con cada uno de nosotros, nos ama y nos perdona. Dios, en definitiva, nunca rompe con nosotros. Está siempre abierto a escucharnos y a perdonarnos porque, precisamente, nos ama.
Y amar no es sentir ni tampoco es pasión. Amar es querer, querer y querer. Para eso tenemos la voluntad libre, regalo de Dios, para, libremente, querer o rechazar. Y cuando contraemos libremente un compromiso sacramental, tal es el sacramento del matrimonio, tenemos que amarlo, respetarlo, dialogar nuestras diferencias y, sobre todo, perdonarnos. Si no, ¿para qué nuestra libre voluntad?
Observamos que todos los seres vivientes, a excepción del hombre, no tienen voluntad ni tampoco libertad. Ellos están sometidos al instinto animal. Sin embargo, el hombre sí tiene una voluntad libre que le hace darse cuenta de sus compromisos y responsabilidades. Pues bien, poner esa voluntad en responder a ese compromiso es amar. Por eso, el amor necesita tiempo y maduración y no confundirlo con sentimientos, pasiones o deseos.
De ahí la necesidad de tomarse un tiempo de reflexión, previo a contraer el compromiso sacramental del matrimonio - preparación al matrimonio -, que nos ayuda a madurar nuestro amor y a darnos cuenta que amar es, incluso cuando nuestros sentimientos y pasiones van contra corriente, a imponer nuestra voluntad y responder a nuestro compromiso sacramental. Porque, eso es precisamente amar. ¿Acaso creen ustedes que Jesús, nuestro Señor, fue a gusto y deseándolo a entregarse a una muerte de cruz?
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