Una de las características que, en este momento, más me llama la atención y me toca el corazón, es la obediencia. La obediencia de María a la elección que Dios hace de ella, la anunciación y su disponibilidad a entregarse a cumplir la Voluntad de Dios. Porque, yo que tanto hablo de María, Madre de Dios, y a la que rezo todos los días varias veces, me interpelo y me pregunto: ¿Estoy yo abierto, disponible y entregado a obedecer la Voluntad de Dios? Es decir, ¿escucho y estoy atento a lo que Dios me pide y quiere de mí?
Mirándolo de otra manera, ¿estoy yo dispuesto a recibir ese pan de cada día que le pido al Señor? ¿O lo que quiero y deseo es ese pan especial que a mí me gustaría y satisface mis gustos y apetencias? Son preguntas a las cuales debemos de ir respondiendo en la presencia y auxilio del Espíritu Santo. Porque, el ejemplo de María me testimonia la obediencia, el servicio y la vivencia comunitaria con la primera comunidad apostólica.
Indudablemente que María es subida al Cielo, porque, la Madre de Dios, la sierva y primera seguidora de Jesús, su Hijo, no puede estar en otro lugar que junto a su Hijo, a quien ha seguido siempre haciendo la Voluntad del Padre y siendo la primera discípula de su Hijo Jesús.
Por tanto, cada instante que abro mis labios y rezo un "Ave María" debo tener presente este hermoso testimonio que María, la Madre de Dios, me testimonia: Obediencia - servicio - comunidad.
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