Sin darnos cuenta nos confundimos cuando creemos que estar cerca de Dios consiste en hacer buenas obras en favor del prójimo. Es verdad que eso es bueno y necesario y, además, señal de nuestra fe, pero, lo primero y fundamental es conocerle para amarle. Sin amor a Dios nada es posible.
Bien, es verdad, que amar a Dios exige conocerle. Y conocerle exige a su vez permanecer a su lado anunciándole y aprendiendo de sus enseñanzas. Sin estar a su lado no se le puede conocer y, menos, escuchar, que no consiste en oír, sino en dejar que su Palabra llegue a nuestro corazón y anide en él convirtiéndole y transformándole.
Pero, además, ahora en nuestro tiempo, tenemos que alimentarnos espiritualmente de su Sangre y Cuerpo en la Eucaristía. Sin ese Alimento difícilmente, por no decir imposible, no podemos estar a su lado. Eso sí, podemos ponernos al lado, pero no estar a su lado. Algo así parecido como el hijo mayor de la parábola del hijo pródigo. Estaba al lado de su padre, pero nunca a la escucha de su Padre.
Amar a Dios es lo Primero de todo y, tan primero que todo lo demás será y vendrá por añadidura. Porque, en definitiva, es Dios quien obra y actúa en nosotros.
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