Dentro de nosotros bulle un deseo de amar. Sin amor la vida pierde su sentido. Necesitamos amar y sentirnos amado. Y ese deseo o impulso vigoroso e irrechazable dentro de nosotros nos anima a actuar con buena intención y con deseos de hacer el bien.
Si bien, es verdad, crece junto con nosotros la semilla mal intencionada que nos inclina a actuar también de forma egoísta y con malos deseos e intenciones malignas. Indudablemente, el demonio está presente en nuestra vida.
Pero, ese deseo de amar es fuerte y, agarrado al Espíritu Santo – recibido en nuestro bautismo – podemos superar y vencer nuestras esclavitudes y malas inclinaciones a las que nos incita el pecado. De ahí el mandato imperativo de Jesús: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Necesitamos abrirnos al Espíritu Santo, y eso hace ineludible y necesario nuestro bautizo. No es lo mismo estar bautizado que no estarlo. La aceptación del bautismo lleva implícito el abrirnos a su acción, y con el Espíritu Santo no puede el demonio.
De esta manera, nuestro simple vivir, desde la cotidianidad de nuestra sencilla y simple vida y en una actitud de verdad y por amor «gratuito» nuestro obrar y sentir reflejarán la presencia del Señor en nuestros simples actos: «Quisiera ser tan bien intencionado y justo que todos aquellos que se acerquen o relacionen conmigo descubran tu presencia, Señor» Son oraciones en la medida que actuamos con una intención obediente y apoyada en la acción del Espíritu Santo. Y es que evangelizas y oras cuando cada instante de tu vida es realizada en y para Gloria de Dios y en el esfuerzo de hacer su Voluntad.
Cada día lo pedimos repetidas veces cuando rezamos el Padrenuestro. Y, posiblemente, cuando actuamos en y con esa buena e intencionada actitud, proclamamos la Buena Noticia.
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