Posiblemente no
tenga que buscar afuera ni en ningún campo porque el Tesoro está dentro de mí.
Jesús nos habla en parábolas y toma las situaciones por todos conocidas: tesoro
y campo, para darnos a entender de forma amena y clara el gran tesoro que somos
para Él.
Somos nosotros eseTesoro escondido. Dios nos ha creado semejantes a Él y ha sembrado en nuestro corazón la semilla de su Amor. A nosotros nos toca descubrirlo. Y no es nada fácil. La primera opción es
ponernos en busca. Encontrar supone y exige buscar. Quien no busca no
encuentra. Esta primera opción da pie a una primera pregunta: ¿Realmente estoy
buscando ese Tesoro? Y si lo busco, ¿dónde lo hago?
La respuesta a
esta primer pregunta nos puede aclarar muchos aspectos tanto de nuestra
búsqueda como del lugar donde buscamos. Es evidente que estamos en este mundo y,
a primera vista, lo aparente es buscar ese Tesoro en él. Sin embargo, la
experiencia de muchos nos alumbran a que en este mundo no parece estar o, al
menos, no lo encuentran. Luego, ¿qué hacemos?
Declinar nuestra
responsabilidad y abandonar la búsqueda es algo parecido a resignarnos a no
echar raíces o dejarlas secar por la abundancia de piedras o abrojos en ese
terreno donde hemos sido sembrados. Nuestra tierra, aunque contaminadas con la dureza,
piedras y abrojos, también tiene tierra buena. El trabajo de búsqueda consiste
en limpiarla, ararla y abonarla. Esa tierra que buscamos y donde se esconde ese
Tesoro buscado es nuestro corazón. Es ahí donde lo ha sembrado el Sembrador,
nuestro Señor, y es ahí donde nosotros debemos buscar, limpiar, arar, abonar y
dar frutos.
Somos nosotros ese campo donde nuestro Padre Dios ha escondido y sembrado su Palabra, su Reino. Cada uno de nosotros somos un sembrado particular, por decirlo de alguna manera simbólica, que Dios ha mimado y sembrado con su Palabra. Busquemos, pues, dentro de nosotros y, con los Sacramentos, abonemos nuestro propio terreno para dejarlo limpio y fértil en manos de nuestro Padre Dios.
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