No es desmesurado pensar
y decir que la fe de aquella mujer cananea es más grande que, al menos, la mía
y que muchos que estamos más cerca de Jesús que lo que pudo estar ella.
Pensemos el estatus de la mujer en aquella época y su atrevimiento a ir detrás
de Jesús gritando. Es evidente que su fe era grande. Sabía y pensaba que si
Jesús la atendía, incluso siendo pagana, su hija sería curada.
Nosotros, por
decirlo de alguna manera, tenemos al Señor delante de nuestras narices y sin casi
límites para ir a visitarle, verle transformado en la Eucaristía y hasta
recibirle como alimento espiritual. No hay comparación con la situación y la
época donde aquella mujer le siguió e insistió por la curación de su hija. Indudablemente,
al menos yo, me quedo muy pequeño ante la gran fe de aquella mujer cananea.
¿Qué más puedo comentar? Simplemente siento dentro de mi deseo de pedirle al Señor que aumente mi fe hasta el punto de que pueda saborear su compañía, fortalecerme con su alimento Eucarístico y dar testimonio de su Amor Misericordioso amando como Él nos ama. Y con esa intención me acerco cada día a recibirle y alimentarme Eucarísticamente.
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