Seguramente no costará
comprenderlo, y más todavía controlar nuestro llanto y tristeza. Pero, ¡ya no
hay motivo! ¿Es que no nos hemos dado cuenta? La muerte, nuestra azote y miedo
ha sido vencida. Ya no debes asustarnos, si bien es necesario que tengamos que
sufrir el dolor de la enfermedad y la separación, pero no para quedarnos en
ella sino para nacer a la Vida de la Gracia, la Vida Nueva que nos llenará de
dicha y alegría.
¡Jesús ha Resucitado!,
y eso significa que también todos los que crean en Él resucitaremos para vivir
la dicha de ser felices y bienaventurados eternamente. Porque, solo en Él está contenida
toda nuestra felicidad eterna. Sin El nunca seremos felices y ese es el único y
verdadero temor que debemos tener. Separarnos del Señor es entregarnos al
mundo, demonio y carne, quedar sometido y esclavizados al pecado, dolor y
sufrimiento.
Dios, nuestro Padre,
nos hace libes, dichosos y felices para la eternidad. Pero antes tenemos que
pasar por nuestra propia cruz. Jesús, el Hijo de Dios, nos lo ha señalado y
testimoniado con su Vida y Obras. Y, precisamente, la Cruz, donde Él ha
entregado su Vida, nos libera de la esclavitud del pecado, nos devuelve la
libertad y dignidad de hijos de Dios y nos da Vida Eterna. Amén.
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