Un día te paras,
te relajas, te pones en presencia del Señor y observar que las diferencias
vienen más por tus propias convicciones y ficciones que de la propia realidad.
El mundo se divide porque el hombre imagina cosas que corresponden más a la
ficción que a la realidad. Dios, no lo quiso ni pensó así, y sembró en el hombre
la semilla del amor. Un amor que sabe distinguir el bien del mal, y que busca
la felicidad de todos. Pero, también dio libertad a esa semilla de amor para
que eligiera que frutos quería dar: buenos o malos.
Y en nuestra
conciencia se dirime el conflicto del bien y del mal. Adán se dio cuenta de que
estaba desnudo cuando infringió la orden de Dios y comió el fruto del árbol
prohibido. A nosotros nos pasa lo mismo, nos damos cuenta de que hemos actuado
mal cuando hacemos lo contrario a nuestra conciencia y dejamos que los frutos
de nuestra siembra de amor sean malos. Es decir, nos damos cuenta de que
también estamos desnudos, avergonzados, con remordimientos de pecados.
Y ante esta toma
de conciencia experimentamos arrepentimiento y queremos salir de esa desnudez y
revestirnos de la Gracia y Santidad que nos da la unión con el Señor y el Sacramento
de la reconciliación. Y esa bien intencionada acción nos descubre de que
estando en el Señor expulsamos al demonio de nuestro corazón.
Sería absurdo
expulsar al demonio en nombre del demonio. Eso no tiene pies ni cabeza. Jesús
lo deja muy claro: «¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está
dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir. Si una casa está
dividida contra sí misma, esa casa no podrá subsistir. Y si Satanás se ha
alzado contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, pues ha llegado su
fin».
De cualquier
manera, quien nos hará fuerte y vencedores será la Fuerza y el Poder del
Espíritu Santo. Él, que está en nosotros desde el instante de nuestro bautismo,
será nuestro defensor. Y solo aquellos que le cierren las puertas de sus
corazones quedarán a merced del poder del demonio. O dicho de otra forma, cargarán
con su pecado y condenación para siempre.
Y es ese mismo
Espíritu, de abrirle las puertas de nuestro corazón, quien nos alentará a sentirnos hermanados fraternalmente e injertados
todos en Xto. Jesús. De tal manera que todos seremos hermanos en Xto. Jesús si
cumplimos la Voluntad de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.