Nada, aunque pase
desapercibido a nuestra vista y conciencia, sucede sin que el Señor no lo sepa,
no lo acepte o lo permita. Todo está supeditado a Él y en sus manos. Es Señor
de la vida y la muerte, por tanto, puede darla y quitarla. Todo según su Bondad
y Misericordia Infinita.
De ahí la fama y
la consiguiente búsqueda de Jesús. Hoy, el evangelista Mateo va al grano directo
y narra, con mucha más sobriedad que Marcos, la petición de aquel jefe de los
judíos a Jesús para que salve a su hija de la muerte. También, la curación de
aquella mujer hemorroisa al tocar el manto de Jesús.
Todos buscan a
Jesús para que les cure. Algo así como si se tratara de alguien con un poder
capaz de curar y hasta de resucitar. Sin embargo, Jesús no es ni ha venido para
eso. Si bien, aprovecha esos milagros para ir dejando mensajes y anunciando la
Buena Noticia para la que realmente ha venido: Su Padre nos quiere con locura y
con una Misericordia Infinita. Y Él ha venido para llevarnos a su Padre. Por
eso se hace Camino, Verdad y Vida.
Su misión es esa, despertar nuestra fe con su Palabra para ponernos en relación con su Padre, anunciándonos que Él ha venido para rescatar nuestra dignidad de hijos, perdida por el pecado entregando su vida. Y, para ello, se vale de estos momentos de suplica por enfermedad o muerte. Nunca para su propia gloria sino para despertar la fe en nosotros y llevarnos al Padre. Todo para gloria del Padre.
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