martes, 13 de mayo de 2014

REVESTIRME DE HUMILDAD

(Jn 10,22-30)


Hay un camino que nos lleva a recibir la fe: "La humildad". Para recibir la fe, don de Dios, es necesario primero revestirnos de humildad, porque sólo a los humildes les he dado el don de la fe. Fue humilde María cuando aceptó la Voluntad de Dios y se humilló el Hijo de Dios despojándose de su Dignidad Divina para tomar la humana e igualarse a los hombres menos en el pecado.

Reconocer la grandeza de otro requiere un gran dosis de humildad, y sólo siendo humildes podemos dejar entrar el don de la fe en nuestro corazón. «Con los humildes está la sabiduría», se lee en el libro de los Proverbios (11,2). La verdadera sabiduría del hombre consiste en fiarse de Dios. Santo Tomás de Aquino comenta este pasaje del Evangelio diciendo: «Puedo ver gracias a la luz del sol, pero si cierro los ojos, no veo; pero esto no es por culpa del sol, sino por culpa mía».

El hombre, encerrado en su propia soberbia, rechaza la fe y decide creer lo que sólo puede entender y ver. Su razón limitada no le permite alcanzar el horizonte más allá de lo que puede llegar su vista. Condena su posibilidad de conocer a Jesús, el enviado para llevarnos por el camino de la fe hacia el Padre. Desecha la oportunidad de, en la oración, entablar amistad y relación con Él, y se excluyen de su rebaño.

A pesar de sus obras resisten la luz de la fe, y es que sin humildad la fe no puede nacer en nuestro corazón.

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