sábado, 11 de julio de 2015

PENDIENTE DE TI, SEÑOR


(Mt 19,27-29)

Sucede que, a menudo, no entendemos el significado de las cosas, y, o nos alejamos, porque nos sabemos o nos experimentamos incapaces de cumplir y vencernos, o nos angustiamos, con lo que se nos hace irresistible el camino, porque la propuesta de Jesús es superior a nuestras fuerzas...

En ambos casos nos equivocamos y no actuamos con sabiduría, prudencia ni sentido común., porque se impone primero escuchar y, segundo, reflexionar antes que actúa de forma precipitada y descomprometida. Porque, lo primero de todo, es confiar en la Palabra del Señor. Hay que saber que el Señor no nos puede mandar cosas superiores a nuestras propias fuerzas. Sería injusto, y eso no cabe en la Bondad del Señor. Y, segundo, que con la Gracia del Señor podemos vencer todas las dificultades que nos presenta nuestra propia naturaleza y las del mundo.

Dejarlo todo, al parecer la mayor dificultad de la que nos habla hoy el Evangelio, no significa despojarte de todos tus bienes. No es cuestión de quitar un pobre para ponerse otro. Se trata de compartir lo necesario para que, viviendo tú, también pueda remediarse el otro. En ese sentido, son los que más tienen y les sobra, los que están llamados a procurar que los más necesitados y desposeídos puedan satisfacer sus necesidades a un cierto nivel de dignidad.

Se trata de administrar lo que hemos recibido, por la Gracia de Dios, en bien de todos aquellos que lo necesiten y les podamos ayudar para que vivan dignamente como nosotros. No se trata de compasión, sino de compartir dignamente dándoles la oportunidad de responder a su propia dignidad de hijos de Dios. 

Dejarlo todo es poner por encima de todo y todos a Dios, siendo Él el Norte y Guía de nuestra vida. Dejarlo todo es optar por seguir al Señor anteponiéndolo a familia, hijos, hermanos, ocio, intereses y otros... Es vivir y actuar como lo han hechos Patriarcas, discípulos y elegidos del pueblo de Dios dándolo todo por ser fiel al mandato del Señor. 

Dejarlo todo es vivir injertado en el Señor en correspondencia a su Amor, y responder, por su Gracia, con la misma moneda en y para los hermanos. Porque sólo con esa única moneda del amor al prójimo podemos dar respuesta cumplida a su Palabra.

Y ya sabemos la respuesta del Señor. Se la dio a Pedro: «Yo os aseguro que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará vida eterna». 

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