No hemos nacido para el disfrute y el gozo, sino para buscarlo. Invertimos los términos y perdemos el norte, porque en lugar de servirnos de esta vida para ganar la verdadera, buscamos ganar esta vida y perdemos la que verdaderamente importa. Sin lugar a duda que nuestra vista es pésima y nuestra ignorancia todavía mayor. Y, atontados, nos dejamos conducir por otros más ciegos todavía. El resultado no puede ser bueno.
Buscar dentro de nosotros para encontrar nuestra verdadera misión. Está escrita por el Espíritu Santo en cada uno de nuestros corazones. Con nombre y apellidos. Has sido enviado, tú y yo, para buscar la felicidad y la vida eterna, pero esa felicidad y vida eterna la has de conseguir en el esfuerzo de cada día por dársela y anunciarla a los demás.
Dios ha querido hacerlo de esa forma. Y ha enviado a su Hijo para revelarnos la misión y el camino: dar a conocer el Reino de Dios. Y, por el Bautismo, recibimos el Espíritu de Dios que nos configura sacerdotes, profetas y reyes y nos envía a dar testimonio de nuestra fe. La mies es mucha, nos ha dicho el Señor hace unos días en el Evangelio, y nos ha sugerido rezar al Padre para que mande obreros a su mies. Quizás seas tú o yo uno de esos a los que llama y nos pide nuestro trabajo.
No sabemos cómo ni dónde hacerlo, pero no debemos, ni asustarnos ni desesperar. Simplemente responder con un sí o un veremos. Si es un sí, el Espíritu nos guiará y nos irá presentando el camino y la misión, y nos dará lo necesario para realizarla. Si es un veremos, esperará a que te decidas con un sí firme. Puede ocurrir que no te decidas nunca, o que se te pase el tiempo y desistas. Porque el Maligno no pierde el tiempo y está pendiente de tus decisiones y poniéndotelo difícil y cuesta arriba.
Hoy el Señor nos llama, nos anima y nos ofrece su confianza. Cree en nosotros y nos dará lo que nos haga falta para dar a conocer la Buena Noticia. Es posible que no nos hagan caso. Suele ocurrir, pero eso ya no cae dentro de nuestras responsabilidades. No podemos forzar la libertad de cada uno. Es el Señor el primero que la respeta. Tú y yo debemos ser transparentes y coherentes, dejando pasar la Gracia de Dios de nuestro corazón al de los demás, y ahí acaba nuestra misión.
Gracias Señor por contar conmigo, pecador y lleno de defectos. Sé que Tú coges lo que menos vale y sirve, y me siento orgulloso porque en mis debilidades y defectos, como Pedro, sé que radica mi fuerza y mi poder llegado desde tu Gracia. Amén.
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