(Jn 13,16-20) |
Jesús, el Señor, se hace servidor, y es El quien nos envía. Por lo tanto, está claro, nosotros, que no somos más que Quien nos envía, estamos llamados, si cumplimos, a ser igual que nuestro Señor, servidores. Dichosos, nos promete el Señor, si lo cumplimos. En realidad, amar, como nos ama el Señor, es la finalidad de nuestra misión.
El Señor descubre lo que va a ocurrir: Tiene que cumplirse la Escritura: el que come mi pan ha alzado contra mí su talón. Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, creáis que Yo Soy. Está claro, Jesús nos previene y nos avisa para que luego no nos coja por sorpresa.
Es hermoso y esperanzador escuchar de labios del Señor estas esperanzadas Palabras, valga la redundancia, que nos animan a disponernos a acoger a todo aquel que viene del parte del Señor. En verdad, en verdad os digo: quien acoja al que yo envíe me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a Aquel que me ha enviado. A todos aquellos que tratan con buena intención y apoyados en la acción del Espíritu Santo proclamar la buena Noticia de salvación. No sólo con sus palabras, sino también con el esfuerzos de sus vidas.
Esa debe ser nuestra mayor aspiración y nuestro mayor esfuerzo. Todo lo demás es pan para hoy e infierno para mañana. No significa esto,¡ por Dios, no lo vayan a entender mal!, que la vida no es para disfrutarla y sacarle todo el jugo que podamos, pero si no se hace desde la Palabra e injertado en el Espíritu, será vivida de otra forma y para otros fines. A eso me refiero, "acumelen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben" (Mt 6, 19-21).
Pidamos en el día de hoy, paz, sabiduría y fortaleza para vivir con intensidad esta actitud de servicio sin desfallecer, tratando de comprender, de escuchar, de ser pacientes, misericordiosos y, sobre todo, dispuestos a amar hasta el extremo.
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