Jn 20,11-18 |
Esa es la cuestión, experimentar desde tu corazón la presencia del Señor. María Magdalena vivió esa experiencia y la anunció a los discípulos. Pero, la clave de ese encuentro debemos descubrirlo en la proximidad de María al Señor. Había ido a visitar el sepulcro del Señor y viendo que no estaba lloraba desconsolada. No sólo había perdido al Señor, sino que ahora no estaba tampoco su cuerpo.
Sabemos por la Escritura que sucedió después y como María se dio cuenta que al que había confundido con un hortelano era el Señor. Quizás, lo que nos interesa ahora a nosotros es reflexionar que ha sucedido con nosotros. ¿También nosotros no conocemos al Señor y lo confundimos con un hortelano u otro personaje? María lo ha visto y también lo ha anunciado, pero, ¿lo hemos visto nosotros y lo anunciamos?
Es posible que no hayamos dado los pasos que dio María. Ella se acercó al sepulcro a visitarle. ¿Lo hacemos nosotros? Y no al sepulcro, sino al Sagrario donde permanece Vivo y esperándonos. Porque, tenemos el testimonio de María y, luego, el de los discípulos que también lo comprobaron. Porque, tenemos el testimonio de los apóstoles en estos próximos cincuenta días en los que Jesús se les va apareciendo para abrirles los ojos hasta que reciban el Espíritu Santo.
Y nosotros, ¿qué pensamos? ¿Permanecemos con los ojos cerrados ante el Misterio de la Resurrección y el testimonio de los que le han visto? ¿O reaccionamos abriendo nuestros corazones al anuncio de la Resurrección del Señor? ¿Nos ponemos en camino?
Porque, ponerse en camino es estar disponible a dejar que el Señor nos encuentre, pues, Él nos busca primero. Ha tomado nuestra naturaleza humana hasta el punto de igualarse a nosotros y entregar su vida para redimirnos olvidándose de su condición divina. Y todo gratuitamente. Sólo por amor. Ahora, ¿qué respondemos nosotros? O mejor, ¿qué respondo yo?
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