Para el Señor no hay distancias ni lugar. Jesús puede curar cuando, donde y a gran distancia del lugar donde se haya la persona a la que se pide curar u otra cosa que se le halla pedido solucionar. Para el Señor no hay nada imposible, y si eso no fuera cierto, convendríamos en que no sería Dios.
Eso da un sentido muy diferente a todo. Nos llena de esperanza y nos aclara que donde quiera que estemos y, por la Gracia de Dios, nuestras oraciones y nuestros actos pueden llegar a los que lo necesiten. Nuestras oraciones porque para el Señor no hay barreras, oídas, Él nos lo ha prometido, su Poder actúa como, cuando y donde quiera solucionando lo pedido. Y nuestros actos solidarios llegan a través de las diferentes organizaciones o Cáritas, a las personas, por muy lejas que estén, que lo necesiten.
Pero, tanto de una forma como de otra, la fe es necesaria y vital. Sin fe no actúa a Gracia del Señor. Hay que creer y confiarse a Él depositando toda nuestra confianza. Así hizo aquel funcionario real, enterado de que Jesús había bajado a Galilea y de su poder de hacer milagros, acudió a buscarle para pedirle que fuese a curar a su hijo que estaba gravemente enfermo.
Con mucha frecuencia se repite esto. Acudimos al Señor cuando la gravedad está muy cerca de nuestra vida. Podemos preguntarnos, si aquel funcionario no llega a tener a su hijo gravemente enfermo, ¿hubiese buscado al Señor? Y más todavía, ¿se hubiese convertido él y su familia? Cada cual la tendrá que responderla si es capaz, primero, de planteársela.
Lo cierto es que experimentamos que muchas veces las circunstancias de la vida nos llevan a encontrarnos con Jesús. Pero, eso nos debe también descubrir que, a pesar de que todo vaya bien, nuestra vida camina hacia la muerte y, tarde o temprano, nuestro encuentro con Jesús es inevitable. Por lo tanto, tratemos de dejarnos encontrar por Él, porque es Él quien nos busca antes que nosotros. Nos ha creado, no para morir, sino para vivir eternamente y, por lo tanto, quiere darnos esa Vida Eterna.
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