sábado, 1 de febrero de 2020

APARENTEMENTE DORMIDO, SEÑOR.

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Mc 4,35-41
En muchas ocasiones experimentas la ausencia de Jesús. Sientes que no está o que se ha ido o que, quizás, duerme. Te sientes sólo, tímido, débil y asustado. Te encuentras solo, al menos eso piensas, ante tus problemas. Piensas que no te escucha y tus problemas siguen presente, no se solucionan ni desaparecen. Experimentas que no mejoras y te preguntas:  ¿Acaso, Señor, te has ido y me has abandonado? ¿O, simplemente, estás dormido?

El Evangelio de hoy sábado me trae esos pensamientos y esa aparente ausencia que me sorprende e impacienta. Quizás, Señor, en esa ocasión, estando en la barca con tus apóstoles te hiciste el dormido, porque no creo que con esas olas y viento pudieras dormir, para probar la fe de tus apóstoles. Porque, por el miedo llegamos a la fe. No es cuestión de ser valientes sino de creer en Ti, Señor. Creer en la promesa de un Reino nuevo de Vida, de Verdad, de Justicia y de Paz. Un Reino de plena felicidad eterna.

Y, tiene sentido, que nuestros problemas y enfermedades sigan ahí, porque, sólo a través de ellas podemos encontrarte y abandonarnos sin remedio en la esperanza de tu Amor y Misericordia. Sí, Señor, ahora las tempestades de nuestras vidas cobran sentido. Ahora, las necesidades y sufrimiento tienen valor y vale la pena afrontarlas, no con resignación, sino con esperanza. La Palabra y Promesa de Jesús tiene fuerza y en ella deposito todas mis esperanzas. Mi vida se llena de gozo y alegría, porque, a pesar de tener que sufrir los acontecimientos de mi vida, sé que todo será y servirá para llegar a Ti, Señor.

Y en Ti, Señor, la Vida será diferente y plena de gozo y felicidad. Es entonces esta vida un camino para llegar a Ti y valdrá la pena recorrerlo asido a tu Mano e injertado en tu Palabra.

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