Las palabras que hoy pronuncia el Señor son duras, bastante duras, y las dice el Señor, que no miente ni habla por hablar. Sabemos que es misericordioso, pero también justo. Por tanto, tomemos muy en serio sus Palabras y miremos para nuestro interior para meditar y ver cuáles son nuestras actitudes y como estamos incidiendo en los demás. ¿Somos obstáculos que impiden a otros verte, Señor?
Nuestras acciones están dirigidas por el Espíritu Santo. Ese Espíritu Santo que ha bajado a nosotros en la hora de nuestro bautismo. Ahora, nos preguntamos, ¿estamos nosotros siendo puertas abiertas a la acción del Espíritu Santo? ¿Somos conscientes que dejamos pasar la luz del Espíritu para que alumbre a los demás? Esa es nuestra misión y nuestra responsabilidad. Las Palabras del Señor son fuertes:
(Mt 23,13-22): En aquel tiempo, Jesús dijo: « ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! Vosotros ciertamente no entráis; y a los que están entrando no les dejáis entrar. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y, cuando llega a serlo, le hacéis hijo de condenación...
No son palabras y palabras que se las lleva el viento. Son palabras que denuncian quizás nuestra indiferencia y nuestra ligera forma de actuar sin cuestionarnos si somos esas murallas que no dejan entrar a otros ni tampoco entramos nosotros. Conviene revisar y analizar nuestras actitudes y ver, a la luz del Espíritu Santo, como podemos mejorar y ser luz para que otros vean y se acerquen al Señor.
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