Amar
a los que te hacen mal e intentan derrumbarte – enemigos – es la prueba del
algodón, como se dice ahora, del amor. Porque, donde se descubre el verdadero
amor es cuando las circunstancias son duras y van contra corriente. Cuando el
pastel es hermoso y tiene buena presencia y gusto, apetece comerlo. Pero,
cuando sucede lo contrario, huele mal y no parece bien presentado, las
circunstancias instintivas te invitan a retirarte y abandonar. Es, pues, lógico
y entendible, desde el punto de vista y la naturaleza humaba, que Jesús se
quedase abandonado por los suyos en la Cruz. Solo el amor de una Madre – María –
soporta y cambia amor por ofensas.
Jesús
nos invita a amar a los enemigos, porque, así ama Él. Y si Él nos ama así, ¿cómo
nosotros vamos a amar a media, o a nuestro interés? Tendremos, si nos
confesamos seguidores de Él en amar como Él ama y nos ama. Es, pues, evidente
que nos mande a amar a los enemigos. Y, solo amando a los enemigos – también a
los amigos – podemos entablar amistad con Él. Nuestro diálogo – oración – no se
podrá establecer con Él sí, primero, no estamos en actitud de amar a quienes
nos ofenden. Entendemos ahora como nos lo ha puesto claramente en la oración –
Padrenuestro – que el mismo nos enseñó.
Claro está que, nosotros solo no podremos con tan alta misión. Nuestra naturaleza, sometida al pecado, es débil y no podrá vencer, por sus propias fuerzas, la tentación de nuestra razón y justicia humana. Necesitamos la Gracia del Espíritu Santo, que ha venido a nosotros en la hora de nuestro bautismo, precisamente, para eso. Para darnos fortaleza y liberarnos del pecado. En Él podemos vencernos y suavizar nuestros corazones para, por su Gracia, amar como Jesús ama.
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