Con estas palabras,
que he tomado para el título de la reflexión de hoy miércoles, pronunciadas por
Jesús al final del Evangelio se nos anuncia claramente que lo importante no es
estar ni cumplir, sino ser y vivir la misericordia y ternura del Amor de Dios.
La parábola del fariseo y publicano, que nos narra Jesús en el Evangelio del
domingo, nos pone en guardia. No se trata de cumplir sino de reconocer nuestras
limitaciones y pecados y, en consecuencia, la necesidad de que sea Dios,
nuestro Padre, quien nos salva y nos da ese regalo inmenso y gratuidad de
eternidad y felicidad.
Lo importante es
vivir el instante con verdadero amor. Amor misericordioso y disponible para
mejorar desde la verdad y la justicia todo lo que nos rodea y nos ha sido dado
para, conservándolo, transmitirlo y dejarlo, si es posible, mejorado, en manos
de las generaciones que nos siguen. Porque, todo dependerá de eso, de nuestro
amor disponible y entregado para el bien de los demás.
Es evidente que es
fácil decirlo, como hago yo ahora, pero totalmente diferente vivirlo. Entrar
por la puerta estrecha no es nada fácil. Se necesita esfuerzo, voluntad, deseo
y, sobre todo, fe y esperanza. Todo eso dará como resultado la caridad, porque
sin caridad será imposible abrir esa puerta estrecha. Jesús nos dice que muchos
intentarán entrar pero no podrán. Y es que para entrar por esa puerta y
recorrer ese camino se necesita humildad, esperanza y fe.
Da miedo leer lo
que Jesús dice al final de este Evangelio: “No sé de donde sois. Alejaos de
mí todos los que obráis la iniquidad” Allí será el llanto y rechinar de dientes,
cuando veáis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de
Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera.
Un santo temor que nos invita a confiar en la Infinita Misericordia de Dios y a, arrepentidos, esforzarnos, tal y como nos invita y nos dice Jesús, a entrar por la puerta estrecha. Es el mejor camino para tomar que nos lleva a esa felicidad eterna que buscamos.
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