Nuestra debilidad
está a la vista, pero tenemos otra arma más poderosa capaz de transformar
nuestra debilidad en fortaleza: el arrepentimiento y dolor de corazón. Porque,
dentro de nosotros está sembrada la semilla de la bondad, de la humildad, de la
mansedumbre, de la solidaridad, de la compasión…etc. En una palabra: semilla de amor.
Y es esa semilla de amor la que nos hace tener siempre esa otra opción de conversión y de darnos cuenta de
que nuestra auténtica felicidad no está en el poder, las riquezas, el disfrute
placentero y todo lo que el mundo te pueda ofrecer, sino en el ofrecimiento de
darte en servicio por amor, sobre todo a los más débiles.
Tú, yo tenemos esa
posibilidad. Y también Judas la tuvo. No solo él es el culpabre, también nosotros condenamos al Señor con nuestra vida y obras. Sabemos que hizo Judas con su vida, pero nada más, y menos el resultado. Tanto
él como todos nosotros tenemos la paciente espera de la Infinita Misericordia
de nuestro Padre Dios. Y Jesús, el Hijo de Dios Vivo, nos la reitera y da en
sus últimos suspiros en la Cruz: «Padre, perdónalos
porque no saben lo que hacen»
Quizás nosotros ahora si sabemos lo que hacemos, pero cegados por el mundo, demonio y carne nos encerramos en nosotros mismos y rechazamos la asistencia y el auxilio del Espíritu Santo. Son días de contemplación de la Pasión del Señor. Una Pasión que le lleva a la Cruz y que, libre y voluntariamente, la acepta a cambio de que nosotros abramos nuestros ojos y nos convirtamos a vivir en su Palabra y Amor Misericordioso. Es esa nuestra más grande posibilidad de ser felices eternamente. ¡Aprovechémosla!
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