Sí, la cuestión es
esa: «lavarnos los pies los unos a los otros»
Está implícito en el mandamiento del amor: «Ámense unos a
otros como yo los amo». Sin embargo, nos cuesta comprenderlo y más
vivirlo.
La escena del lavatorio
de los pies simboliza esa actitud de amor mutuo. Jesús la ha vivido durante su
vida en este mundo y la deja ahora impresa en la retina de aquellos que están
presente y cenan con Él.
Siempre, eso parece
el denominador común, hay un rebelde, un hijo de las tiniebla o alguien que no
quiere escuchar, que se somete a la ambición del poder, de las riquezas y del
placer de servirse a sí mismo y a sus caprichos y egoísmos. Y se somete al
príncipe de este mundo, al mundo y la carne, los tres peligros del alma.
Confieso que tras
muchos años de semana Santo no me había dado cuenta de lo que paso a
reflexionar seguidamente. Es verdad, cada instante de la vida es algo nuevo que,
injertado en el Espíritu, Él te descubre y presenta:
El amor, esa es la
cuestión. Jesús sabe que su tiempo terrenal está ya contado, y no cuenta con
mucho. La cena Pascual es la gran oportunidad, sabe que sus discípulos no han
entendido casi nada y Jesús, que se ha dado enteramente, trata de mostrarles
hasta qué punto es el compromiso de su amor. La mejor señal está en el
lavatorio de los pies. Saben lo que significa eso, sobre todo en aquellos
tiempos donde el siervo era tomado por esclavo. Y lo saben bien que ya sabemos
cuál fue la respuesta de Pedro y el dialogo que mantuvo con Jesús.
Ante la sorpresa
de todos, Jesús lava los pies a cada uno de ellos. Les muestra la medida de su
Amor Misericordioso a cada uno. Incluso, donde se hace la luz con más
intensidad al entendimiento, con Judas, Jesús nos descubres su compromiso
eterno, paciente y misericordioso. No está diciendo que entrega su Vida por
verdadero amor, y que su Misericordia es paciente y eterna.
Pero, y eso es lo
más sorprendente, que también me lava los pies a mí, a ti y a todos que se
dignen a sentarse a su mesa, la Eucaristía. Nos dice que va con nosotros, que
nos espera y que sostiene sus brazos abierto a nuestra conversión, a nuestro
dolor de contrición y a nuestro arrepentimiento. Pedro, Tomás, Pablo, Agustín y
muchos más son verdaderos y auténtico ejemplos. ¿Y nosotros? ¿Estamos dispuestos
a dar ese paso?
Solo me queda darle gracias al Espíritu Santo y pedirle, en nombre de todos los que lean esta humilde reflexión, y quieran dejarse lavar los pies por el Señor, que Él está dispuesto y pendiente de hacerlo. Ha venido, nos lo ha dicho, a servir y no a ser servido. Y como Él nos dice, hagámoslo nosotros también con los demás.
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