Un mundo sin
perdón es el que realmente estamos viviendo. El resultado de inhibirnos de
perdonar trae como consecuencia la ira, el enfrentamiento, la disputa, la
rebelión, la lucha y, por consiguiente, la muerte. Es lo que vemos en estos
momentos y en el tiempo lo que sucede en éste nuestro mundo: guerras,
enfrentamientos, luchas, odio, muertes… Palestina, Israel, Ucrania, Rusia y
otros, por citar lo de más actualidad.
¿Somos capaces de
imaginar qué sucedería si introducimos el perdón en medio de todos esos líos y
enfrentamientos? Dejaríamos de escribir en torno a ellos. Se haría la paz, la
concordia y la fraternidad. ¿Tan difícil es perdonarnos?
Si fuéramos capaces
de ocupar el lugar del más débil, o del que es invadido, entenderíamos mejor esa
necesidad de perdonar. Si fuéramos capaces de abajarnos humildemente
comprenderíamos que el perdón sería la solución a todos esos problemas que nos
llevan a enfrentarnos hasta el extremo de matarnos.
¿Acaso todavía no nos hemos dado cuenta de que tenemos la
oportunidad de ser felices eternamente gracias a la Infinita Misericordia de
nuestro Padre Dios? ¿Tan ciegos, y sometidos por este mundo, demonio y carne,
estamos? ¿O no creemos que la misericordia y el perdón son la solución de todos
nuestros problemas?
Posiblemente, primero tendremos que llenarnos de humildad y despojarnos de nuestra soberbia, egoísmo, ira, odio y deseos de venganza. Y, claro, eso no lo podremos hacer contando con nuestras propias fuerzas. Necesitamos abrirnos a la acción del Espíritu Santo, que para eso ha venido a nosotros en la hora de nuestro bautismo, y dejarnos conducir y transformar por Él. Experimentaremos un cambio en nosotros que nos irá ayudando a cambiar, a darnos cuenta de que solo con la humildad y el perdón podremos arreglar los problemas de nuestro mundo.
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