Es evidente que
por encima del poder de cualquier tipo aquí en este mundo está el poder de
Dios. Jesús lo deja muy claro al proclamarse Señor del sábado y al estar por
encima de la ley del sábado. Una ley que mira y vas más al cumplimiento que al
corazón. Una ley que se preocupa de cumplir pero no de amar. Una ley que oprime
al débil en lugar de asistirle.
Hoy hay muchos
sábados. Con esto quiero decir que hay muchas leyes que se concretan en el
cumplimiento y no liberan ni protegen, sino todo lo contrario, dificultan y
permiten romper la verdad, la justicia y, sobre todo, el amor misericordioso. Y
en esto todos somos culpables cuando permitimos que estos acontecimientos se
den.
Es indudable que la misericordia sería la solución. Una misericordia, en lugar de leyes y normas, que evitaría los sacrificios de muchas personas que son explotadas, engañadas e injustamente tratadas. Misericordia quiero, dice el Señor, y no sacrificios. Porque, lo verdaderamente importante es el amor. Un amor sustentado en la verdad y la justicia y que va dirigido a transformar el corazón del hombre al ser tratado con un amor verdadero y misericordioso.
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