martes, 15 de agosto de 2017

UN ENCUENTRO LLENO DE PRODIGIOS

Lc 1,39-56
Este hermoso encuentro, lleno de significados, maravillas y esperanza, no se puede producir si no es por la acción del Espíritu Santo. Porque, ni Isabel sabía nada, ni María tampoco respecto a la gestación de Isabel. Todo ha sido preparado por Dios para su Gloria y grandeza, como cantará luego María.

Nos llena, también a nosotros, de esperanza, el contemplar y conocer ese prodigio de encuentro donde, por un lado, Isabel, llena de Espíritu Santo experimenta el salto de gozo del niño que gesta en su vientre, y exclama con gran voz y firmeza: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!». 

Ahora, ¿quién le dijo e informó a Isabel de todo lo acontecido a María respecto a lo que le había dicho el Señor? Las distancias eran notables; no había teléfono ni móvil ni ordenador, ni siquiera correo. Lo anunciado a María fue sólo en su presencia. No había testigos. ¿Qué pudo ocurrir para que Isabel supiera lo anunciado a María? Y, nuestra oscuridad es tan grande que seguimos buscando pruebas para abrir nuestro corazón al Señor.

Este relato bíblico de la visita de María a Isabel descubre y revela la grandeza del Señor, que nos muestra su Poder y la manifestación de la promesa hecha al pueblo de Israel. Y la hermosa respuesta de María, al verse elegida y reafirmada en el saludo de Isabel. Y responde con ese hermoso canto del Magnificat:«Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza...

Hoy celebramos la Asunción de María a los cielos, porque María, la Madre de Dios, no podía sino ser llevada a la presencia de su Hijo.  Ella, que fue la puerta de la entrada de su Hijo en este mundo, también le fue abierta la puerta del Cielo para que llegase directamente, por su Hijo, a la Gloria de Dios.

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