Lc 10,1-12.17-20 |
Diría
que lo más inteligente es estar preocupado en esos menesteres. No preocupados
angustiosamente, sino preocupados – a eso me refiero – en responder a ese envío
que nuestro Señor Jesús nos propone y nos envía. El Evangelio de hoy habla de
eso: (Lc 10,1-12.17-20): En aquel tiempo, designó el Señor otros
setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y
lugares adonde pensaba ir Él. Y les decía: «La mies es abundante y los obreros
pocos: rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en
camino! Mirad que os envío como…
«De qué nos
vale esta vida, pensaba Manuel, que, aunque parece larga es corta, el tiempo se
nos va volando, si al final nos condenamos a pasar la eternidad sufriendo». Y, verdaderamente, no
le falta razón. La vida no tiene ningún sentido si al final, vivas como vivas, te
condenas a pasar la eternidad sufriendo.
―Buenos
días ―dijo Pedro― al ver a Manuel con la mirada perdida. ¿En qué piensas ―le
preguntó.
―Había
acabado de leer el Evangelio de este domingo y me he quedado parado
reflexionando al respecto. La vida, Pedro, no tiene ningún sentido si no nos
preocupamos porque nuestros nombres estén escritos en el cielo. Porque, ¡es ahí
dónde vamos a parar!
―El
mundo nos entretiene, nos seduce y nos engaña ―comentó Pedro. Es un misterio,
no pensamos en la muerte, nuestra hora final, ni siquiera qué va a suceder después.
―Y
cuándo sucede lo que sucede ―añadió Manuel― nos coge fuera de juego y sin poder
reaccionar. Es indudable que el príncipe de este mundo – demonio – juega muy
bien su papel.
La idea flotaba en el ambiente. El camino se dibuja claramente. Jesús es la salvación y, para ello, hay que estar atento a la escucha de su Palabra y alimentarse de su Cuerpo y Sangre. Hay muchos peligros, mundo – demonio – carne, pero unidos al Señor saldremos victorioso. Ese es el camino. El mismo nos lo ha dicho: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
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