Es
lo que toca y lo más inteligente. Y lo es porque Jesús lo recomienda: (Lc 14,1.7-14): Un
sábado, habiendo ido a casa de uno de los jefes de los fariseos para comer,
ellos le estaban observando. Notando cómo los invitados elegían los primeros
puestos, les dijo una parábola: «Cuando seas convidado por alguien a una boda,
no te pongas en el primer puesto, no…
También
lo sentimos dentro de nosotros mismos. Es mejor ser humilde que soberbio y
engreído. Es mejor humillarse que ensalzarse. Conviene, pues, esperar a que te ensalcen
que hacerlo tú por ti mismo. En la parábola, que Jesús nos dice en el Evangelio
de hoy, nos propone eso, no exaltarnos sino, mejor, humillarnos, porque: «todo el que se ensalce, será humillado;
y el que se humille, será ensalzado».
La receta nos invita a la prudencia. Prudencia
que nos advierte de la necesidad de estar preparados – recordemos lo de
mantener nuestra lámpara - alma - encendida – y la necesidad de estar
vigilantes. Esa vigilancia pasa por perseverar en una actitud de humildad
contra la de exaltación. En otras palabras, conviene siempre buscar los últimos
puestos – los de servicio – y cargar siempre con la cruz. Esa cruz que no
quiere nadie y de la que todos huimos. Porque, es precisamente la cruz la que
nos salva.
—Al final te das cuenta —advirtió Manuel— que
todo lo que eres y tienes lo has recibido gratis, aunque tú pienses y creas que
lo has trabajado y mereces. Esas cualidades que adviertes tener se te han dado
gratuitamente. Y, gratuitamente has de ponerlas al servicio de los que
realmente la necesitan.
—Estoy de acuerdo —afirmó Pedro. El mandato del
amor significa eso: Poner tus dones y talentos al servicio de los que lo
necesiten.
—Por eso, nuestro Padre Dios, nos invita a amar,
a repartir los que tienen más con los que carecen de muchas cosas —comentó Manuel.
—Efectivamente, el amor se hace presente cuando
advierte que otros le necesitan. Quien cree que se basta por sí mismo se aleja
del amor y de la necesidad de amar. Porque, cuando amas —comentaba Pedro— te
sientes gozoso y feliz.
Y quien ama experimenta humildad. No necesita halagos ni exaltaciones. Se siente bien simplemente con ese deseo de amar y de darse al bien del necesitado. Y trata de pasar inadvertido porque le basta simplemente amar. Experimenta el gozo de corresponder de la misma forma al Amor que recibe de su Padre Dios.
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