¿Qué
sería de mí sin tu Misericordia, Señor? Iluso de mí pensar que, con y por mis
méritos, podría alcanzar la recompensa de felicidad eterna. Pensar que con mi
perseverancia, mi trabajo, mi cumplimiento…etc. puedo merecer el amor de Dios y
su Infinita Misericordia sería caer en la trampa que, posiblemente el demonio
trata de que así sea. Todo es pura Gracia y regalo de Dios. Todo es porque Él
así lo ha dispuesto y lo ha querido. Si tenemos una posibilidad de salvación
eterna es por su Infinita Misericordia.
Es
Él quien nos busca y nos convierte. Es Él quien prepara nuestro encuentro con
Él y es Él nuestra única esperanza de salvación. Nos lo dice claramente en el Evangelio
de hoy: «No necesitan médico
los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué
significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he
venido a llamar a justos, sino a pecadores».
Y es que los fuertes se bastan a sí mismo y no
necesitan de nadie. Por eso, la primera cualidad que tenemos que descubrir es
la humildad. Sin humildad nos sería imposible acercarnos al Señor. Y, la
humildad, nos ayuda a descubrir nuestra total y plena dependencia del Señor.
Solo en Él encontraremos la plena libertad de amar gratuitamente y por amor,
valga la redundancia.
Por tanto, pongamos nuestra mirada fija y plena
en el Señor. Su Infinita Misericordia nos salva; su Infinito Amor nos redime y
nos libera y nos convierte. Simplemente, incluso es lo más cómodo para
nosotros, ponernos en sus Manos y, a pesar de nuestras debilidades, oscuridades
y pecados, tener nuestra mirada siempre fija en Él y, a impulsos de su
Espíritu, tratar de, humildemente, caminar según su Palabra.
—Corremos el peligro de pensar que somos
nosotros quienes nos salvamos. Y, posiblemente, eso es lo que nos puede
desanimar cuando nuestra debilidad se haga patente —dijo Manuel.
—Mi propia experiencia —comentó Pedro— me dice
que, por nosotros mismos, no podremos superar las tentaciones y seducciones que
mundo, demonio y carne nos presentan.
—A mí me sucede lo mismo —respondió Manuel. Si
me salvo es por la Infinita Misericordia de Dios, porque, fallos y, por
supuesto, pecados voy a llevar siempre conmigo. Mi naturaleza está herida y
vencida. Solo en el Señor, por su Infinita Misericordia, estoy salvo.
—Yo pienso lo mismo —dijo Pedro. Y eso me descubre
que no puedo perder de vista al Señor.
Ambos amigos habían convergido en que solo en el Señor, por su Infinita Misericordia, podían encontrar la salvación. Una salvación que es puro regalo por amor. Indudablemente, un misterio que no podremos entender hasta estar en su presencia, por eso nos será necesario la fe.
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