Pero ¿y la muerte?
¿No derrumba todas nuestras ilusiones y esperanzas? ¿Da realmente eso sentido a
nuestra propuesta de felicidad? Y el problema sigue en cuento no sentimos la
necesidad de abrirnos a la propuesta que nos trae Jesús. Por eso, el Evangelio
de hoy nos habla de que Jesús llora al acercarse a Jerusalén. Siente gran pena
y dolor por ver nuestra obstinación y ceguera, que continúa hoy en la
actualidad.
¿Qué nos ocurre?
¿Estamos tan ciegos para no ver que nuestra única posibilidad es Jesús? ¿No
coincide su Palabra con todo lo que nos habla nuestro corazón? ¿No sentimos el
deseo de ser como Jesús nos invita a ser? ¿Acaso no experimentamos gozo y
alegría eterna cuando hacemos un bien con y por amor?
¿Y la Resurrección? ¿No crees que Jesús, que ha resucitado a otros, ha Resucitado? Ese es el fundamento de nuestra fe. Si Jesús ha Resucitado también resucitaremos nosotros. ¡Y si resucitamos será para vivir plenamente felices eternamente! Eso es lo que queremos y lo que todos buscamos, y Jesús, el Señor, nos lo ofrece. Simplemente, porque todo coincide con lo que todos sentimos, creer y fiarnos de la Palabra del Señor es lo más lógico y evidente. No tengamos miedo y dejémonos guiar por el Espíritu Santo, que para eso ha venido a nosotros en la hora de nuestro bautismo.
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