Con estas palabras: «Jesús ha Resucitado», al menos para mí, todo está dicho. Y digo, todo está dicho porque es precisamente lo que todos
buscamos: salud y vida. Jesús ha vencido a la muerte.
Muchas veces he
oído decir: «Me gustaría vivir hasta que pueda valerme
por mí mismo» Lo cual significa que vivir sin salud no
nos compensa. La eternidad es para vivirla en gozo y plena felicidad. De no ser
así sería un infierno. Y eso es precisamente lo que nos puede suceder si no
creemos en Jesús, Señor de Vida y muerte.
Hoy, domingo de
Resurrección, es el día más importante de nuestra vida. Y lo es, aunque muchos
no nos demos cuenta, porque es el día que Jesús ha vencido a la muerte, y con
su Resurrección nos dice que también nosotros estamos llamados a resucitar a
una vida eterna y plena de gozo y felicidad.
Deja todo en nuestras
manos, pues dependerá de creer o no en su Palabra. Y esa es precisamente la
cuestión. Tenemos a María Magdalena, la primera testigo que se encuentra la
losa quitada del sepulcro y la primera que anuncia que Jesús no está allí, ¡ha
Resucitado! y lo anuncia a los apóstoles. Pedro y Juan corren y lo comprueban con sus
propios ojos.
Luego vendrán
cincuenta días en los que Jesús irá fortaleciendo esa fe, que todavía está débil,
confundida e incipiente en los apóstoles. Les cuesta creérselo porque no pueden
entenderlo. ¿No nos ocurre a nosotros también?
Ellos nos lo han transmitido y dando sus vidas nos han contagiado, a través de la Iglesia, la fe. Porque la fe no se enseña, ni se aprende, simplemente se contagia con la vida y las obras. Y eso es lo que han hecho los apóstoles y discípulos, dar la vida por amor.
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