Decir que no
termina es lo mismo que abrirse a la esperanza. Y el sábado santo, a pesar de
ser un día triste y muerto a la esperanza, no es terminante, y menos muerte. Es
un día lleno de esperanza y expectante en la espera. María, la Madre, lo
intuye, lo cree y se mantiene en espera. Y otros, todavía incrédulos pero
confundidos, no entienden nada.
Mientras, otra María
se dirige al sepulcro a las primeras horas del domingo. Resignada y dolorida
lleva flores con la intención de perfumar el sepulcro. ¡Su espanto es
inimaginable, encuentra el sepulcro abierto y vacío! ¿Qué ha sucedido?
Evidentemente,
sucede lo que tiene que suceder. Jesús lo había dicho y su Palabra siempre
tiene cumplimiento. Nosotros hoy, por el don de la fe, sabemos lo que sucedió,
pero, ellos, apóstoles y las mujeres que acompañaban a Jesús no lo podían ni
imaginar. Y precisamente, es María Magdalena la primera discípula que anuncia
la Buena Noticia: ¡Jesús ha Resucitado!
Ella y ellos, los
apóstoles lo han comprobado y lo irán comprendiendo en los próximos cincuenta
días hasta Pentecostés. En ese momento vendrá la luz a sus mentes y todo se
verá más claro. Mientras, Jesús se les aparecerá y les irá fortaleciendo y
preparando hasta la llegada del Espíritu Santo en Pentecostés.
Y ahora es nuestro tiempo. Celebramos ese acontecimiento que se hace presente a cada instante en nuestra vida y se renueva en la Eucaristía en cada celebración. Vivamos pues, abierto a esa esperanza de Vida Eterna que el Señor nos ha prometido y que se cumple con su Resurrección. Amén.
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