Muchos somos los
que no nos damos cuenta de los dones recibidos. ¿Acaso la vida no es un don? Y
más todavía, ¿cuidarnos y acompañarnos, dándonos todo lo que necesitamos hasta
alcanzar el desarrollo y la madurez no es un don y regalo? Y, verdaderamente, ¿se
lo agradecemos a nuestros padres?
Posiblemente sí,
pero creo, por mi propia experiencia, no lo suficiente como desearíamos hacerlo
y se merecen. No somos muy consciente de todo lo que hemos recibido, y seguimos
recibiendo hasta la hora de sus muertes. Y, posiblemente, no porque no queramos
hacerlo, sino por nuestras propias debilidades, apegos, egoísmos y pecados. Nos
cuesta, hasta el punto de que somos incapaces de reconocernos criaturas del
Creador y Señor del Universo.
De la misma manera
sucede con nuestro Padre Dios. ¿Realmente sabemos todo lo que Dios nos regala
gratuitamente? ¿Y lo que nos promete para la vida eterna? Creo, como sucedió
con los ciudadanos de Corozaín y Betsaida, también nosotros estamos en la misma
tesitura. A pesar de los buenos testimonios, de la Palabra de Dios, que da sentido
verdadero a nuestra vida, de los milagros que oímos y conocemos, de toda esa
esperanza de la que nos habla la Palabra de Dios, seguimos erre que erre sin
reaccionar, sin sentirnos interpelados ni abrir los ojos a la única y verdadera
realidad de nuestra vida.
Pidamos al Espíritu Santo que nos ilumine y nos dé esa fortaleza, sabiduría y paz para poder reconocernos pecadores y ser agradecidos a la Infinita Misericordia de nuestro Padre Dios.
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