Sin darme cuenta se me rebozó el corazón de gozo y alegría contenida derramada en lagrimas que cantaban alabanzas y glorias a TI, mi SEÑOR. ¡Cuanto tengo que agradecerte por todo lo que he recibido! ¡Y cuanta indiferencia e ingratitud a tantos dones y regalos!
Mirando a Juanito me siento que has derramado muchos más dones en mí que él; me siento privilegiado y no merecedor de abrir la boca. No encuentro ninguna razón para merecer yo más que él, pero, como se trata de mí, lo acepto de buen agrado y callo en el reparto. ¿Me pregunto si fuese al revés?
Sin embargo, ¿no entiendo por qué siendo un PADRE Bueno a unos nos das mucho y a otros tan poco y hasta se los pone difícil? Yo tengo mis cruces y dificultades, pero son simples tonterías ante las de Juanito. Y no sólo Juan Pablo, sino muchos más discapacitados y disminuidos que conozcos y veo en los vídeos.
Más mi corazón se llena de gozo cuando empiezo a entender que la dicha que tanto anhelamos y buscamos no está en las cosas, ni en ser agraciado con muchos dones, tanto físicos como intelectuales, sino en ser agradecido con lo que TÚ nos has dado y, desde ahí, aceptar y caminar en el amor hacia TI.
Sin darme cuenta casi empiezo a envidiar a Juanito y a otros tantos, porque aceptando sus incapacidades y sus dificultades están ganándose la Gloria de estar CONTIGO. También, empiezo a comprender que compartiendo y caminando con ellos podemos, los privilegiados, ganar la Gloria prometida.
¿Quien levanta su mano para aniquilar a esas personas tan dignas como los demás y hermanos en CRISTO? ¿Con que autoridad y derecho se atreven a apartarlo de su derecho a la vida regalada por nuestro PADRE DIOS? ¿Quienes se erigen dueños y señores de determinar lo que está bien o mal?
Todo estriba, simplemente, en un problema de compartir lo que hemos recibido, ya sea material o espiritual. Desde aquí levanto mis ojos al SEÑOR para, por medio del ESPÍRITU SANTO, elevar alabanzas de gratitud y gozo por todo lo recibido y por alcanzar la disponibilidad de compartirlo con todos.
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