En el camino de nuestra propia educación se nos dice que la familia, comunidad de amor abierta a la vida, está apoyada en nuestra propia razón social y de relación. Es decir, la base de la formación de los pueblos son las familias.
No necesitamos mucho que pensar para comprender que, al margen de lo que nos digan, es verdad tal sentencia, y hasta podemos formular nuestro propio silogismo:
“Si la persona pertenece y nace en la familia,
Y los pueblos los forman muchas personas,
las familias, unas juntas a otras, forman los pueblos”.
No hay ninguna duda, sólo por motivos de guión, he empezado esta reflexión dejando como una señal la referencia del sustento y pilar fundamental de quien compone los pueblos. En esta yuxtaposición familiar, pronto nacen problemas como origen de la convivencia entre las mismas. Hay que educar a los hijos, hay que vigilarlos, hay que darles de comer, hay que ganarse el sustento, ¿cómo y qué hacer?
Y se funda el origen del Ayuntamiento, gobierno y cuidado de la comunidad formada por las familias. Y así llegamos al Gobierno, tan complejo hoy, de Comunidades, Municipios, Estado…etc. Y ahora en esta carrera tan vertiginosa y compleja se diluyen la raíz para lo que fueron creadas tales instituciones. Llegamos a una verdad: “sólo en nuestros propios orígenes encontraremos respuestas en el horizonte de nuestras preguntas”.
Responder a nuestros problemas y dar respuesta a nuestro verdadero camino es mirar a nuestro pasado e indagar la razón de los problemas qué y por qué se fueron planteando en cada momento de nuestra propia historia y cuales fueron nuestra respuestas a los mismos.
Hoy surgen nuevos problemas, los que nos pertenecen a nuestro tiempo y en nuestro propio camino, y desde nuestros orígenes debemos responder a los mismos. La verdad hay que buscarla en la razones y comportamientos de nuestros abuelos: su concepción del amor, su respeto a la libertad, su autoridad en la familia, sus diferentes roles familiares… etc., sin descartar ni perder de vista que es un camino de perfección donde a nosotros hoy nos toca poner y cribar el mal transmitido y el bien común percibido y alumbrado por el tiempo, la experiencia y la ley natural. Permítame decir que para un creyente, yo lo soy, contamos con la asistencia del ESPÍRITU SANTO que nos asiste e ilumina el camino hacia nuestro propio bien.
Sin embargo, no quiero sólo apoyarme en mi fe, sino en, para los que no creen, la razón. Toda persona de buen gusto se precia de elegir el bien; les revela que lo bueno está barnizado por la verdad, el respeto y la justicia, y eso sólo se consigue con la libertad de buscar la verdad y el bien común.
Y, indudablemente, llegar a eso exige esfuerzo, renuncia y sacrificio. El otro camino: lo fácil, lo apetecible, lo que me gusta, lo cómodo no es, casi nunca, lo correcto. Lo corriente, en muchas ocasiones, no es lo normal. Por lo tanto, se hace necesario y así está recogido en el sentir y en nuestra Constitución que la comunidad política tiene el deber de honrar a la familia, asistirla y asegurarle especialmente:
la libertad de fundarle un hogar, de tener hijos y de educarlos de acuerdo con sus propias convicciones morales y religiosas;
La protección de la estabilidad del vínculo conyugal y de la institución familiar;
La libertad de profesar su fe, transmitirla, educar a sus hijos en ella, con los medios y las instituciones necesarios;
el derecho a la propiedad privada, a la libertad de iniciativa, a tener un trabajo, una vivienda, el derecho a emigrar.
conforme a las instituciones del país, el derecho a la atención médica, a la asistencia de las personas de edad, a los subsidios familiares;
la protección de la seguridad y la higiene, especialmente por lo que se refiere a peligros como la droga, la pornografía, el alcoholismo, etc.;
la libertad para formar asociaciones con otras familias y de estar así representadas ante las autoridades civiles.
Para un creyente, yo lo soy, el cuarto mandamiento ilumina las demás relaciones en la sociedad. En nuestros hermanos y hermanas vemos a los hijos de nuestros padres; en nuestros primos, los descendientes de nuestros antepasados; en nuestros conciudadanos, los hijos de nuestra patria; en los bautizados, los hijos de nuestra madre, la Iglesia; en toda persona humana, un hijo o una hija del que quiere ser llamado “PADRE nuestro”.
Así, nuestras relaciones con el prójimo se deben reconocer como pertenecientes al orden personal. El prójimo no es un “individuo”, (cosa), de la colectividad humana; es “alguien”, (persona), que por sus orígenes, siempre “próximos” por una u otra razón, merece una atención y un respeto singulares.
Las comunidades humanas están compuestas de personas. Gobernarlas bien no puede limitarse simplemente a garantizar los derechos y el cumplimiento de deberes, como tampoco a la sola fidelidad a los compromisos. Las justas relaciones entre patronos y empleados, gobernantes y ciudadanos, suponen la benevolencia natural conforme a la dignidad de personas humanas deseosas de justicia y fraternidad.
Y esto es lo que debemos, los ciudadanos que anhelamos el bien común, exigir y analizar en los programas electorales. Primero que se comprometan a ello; segundo que luego los cumplan, pues lo primero sin lo segundo sería engañarnos y aumentar el libertinaje y la irresponsabilidad.
Y para ello, debemos de renunciar toda tentación de soborno: fiestas, ayudas hipócritas y artificiales y sólo para algunos, mejoras intrascendentes, no prioritarias, y huir de resuelto mi problema que los demás arreglen el suyo. Tenemos y debemos ir juntos y solidarios, pues arreglar el problema del otro es también arreglar mi problema.
Somos seres relacionados y sí tu problema está arreglado, el mío saldrá beneficiado. Juntos saldremos todos mejorados, pero si mis hijos tienen su problema resuelto y no me preocupo por los demás, tarde o temprano entrará en contacto con los que no lo tienen y, el problema está servido. Saldremos todos perjudicados. Es lo que está pasando con los países del tercer mundo. El egoísmo de los ricos está cayendo sobre ellos mismos y todos salimos salpicados. Nuestras tierras son invadidas por los que buscan un horizonte más esperanzador. Sus problemas nos incomodan, nos molestan, nos exigen lo que hace mucho tiempo no quisimos darles; nos reclaman sus derechos a compartir un mundo mejor para todos. Siempre sus problemas deberían haber sido nuestros problemas.
Y ahora debemos tomar conciencia y preguntarnos: ¿vamos a seguir igual?; ¿esperamos que otros solucionen nuestros problemas?; ¿arrimamos el hombro? ¿cómo?
Creo que no hay soluciones rápidas ni completas; se trata de empezar a participar; a hablar y a ponernos de acuerdo para luego pasar a denunciar y exigir con, simplemente, nuestro voto. Al parecer, no es muy difícil y sí. Se trata de ponernos de acuerdo llenando nuestros ambientes de afirmaciones con valores, con verdades, con justicias, con sinceridad, con solidaridad, con respeto y libertad.
Eso sí, con capacidad de sacrificio y lucha. No se trata de mi problema y, resuelto, me voy a casa. Se trata también del tuyo. Así las cosas todo empezaría a cambiar como por arte de magia, porque los amigos del poder, sí quieren permanecer en él tendrían que escuchar la voz del voto ahora y, mañana, ellos mismos estarían contagiados por el buen gusto de hacer las cosas por el bien común.
No se te van a pedir tus éxitos, sino el amor que hayas gastado en beneficio de los demás.
lunes, 6 de octubre de 2008
QUIENES FORMAN LOS PUEBLOS
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Apreciado en Cristo Salvador,
ResponderEliminarHaces bien en mencionar que el concepto de que la familia es la base de la sociedad no es solo un concepto de fe. Los agnósticos también lo saben, y por eso atacan tanto a la familia, por ser la formadora de valores y transmisora de la fe.
A seguir trabajando por la familia, tal como Dios manda, pues todo lo podemos en Cristo que nos fortalece.
Gracias y bendiciones.
Hola Jorge, en la familia radica todo el fundamento de nuestro ser creyente. DIOS lo quizo así, pues su HIJO JESÚS nació en una familia, la primera Iglesia domestica, y en ella creció en estatura, sabiduría y Gracia.
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