Evangelio según San Marcos 12, 35-37 |
Porque los escribas lo tenían como el hijo de David, y el judaísmo todavía lo espera como el Mesías, hijo de David. Sin embargo, los cristianos “sabemos” que el Mesías Hijo de David es Jesucristo, y que el Reino de Dios en este mundo ha empezado con su venida.
Jesús responde a los escribas que el mismo David, movido por el Espíritu Santo, le llama Señor al decir: ‘Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies’. Es inconfundible que el Señor está por encima de David, y solo bajo la naturaleza humana forma parte de la estirpe de David como enviado a salvar al pueblo elegido por su Padre Dios.
Observamos cómo, una vez más, los escribas y fariseos tratan de confundir y poner en tela de juicio el origen divino de Jesús. Se trata de armar jaleos, de argumentar justificaciones que confundan y provoquen las dudas y desconfianza. Todo vale, hasta lo irrazonable y lo misterioso.
Hoy nos ocurre igual. Se duda y se rechaza todo aquello que nos haga salir de nuestro hábita conocido, de nuestra situación cómoda y gozosa. Hay una resignación de aceptar la vida hasta que se acabe, sobre todo si la vivimos en buen estado y con medios para disfrutar. No hay ninguna pregunta, sino una espera mediocre de contar el tiempo y disfrutar hasta que se acabe.
¡Qué poca ambición! Desprecian la eternidad por no querer molestarse en conocerla y buscarla. Es como aquel enfermo que no trata de seguir lo recomendado para salvar su vida. Un disparate que solo lo pueden seguir los ciegos a la verdad. Todo su afán es buscar el gozo en la comida, bebida y distracciones. Cosas que sabemos que terminan, y qué esperamos que así sea, pero cuando llegue el momento no estaremos de acuerdo. Quizás ya no haya tiempo.
Tenemos una oferta de una vida mejor, eterna y gozosa. Sin problemas, sin enfermedades ni cansancio. Sin trabajos, sin envidias... Solo gozo y felicidad. Simplemente escuchar, buscar y fiarnos de quien nos la ofrece. Precisamente ese hijo de David, el Hijo de Dios Vivo, Jesús de Nazaret.
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