Todos experimentamos en lo más hondo de nuestros corazones el deseo de amar. Sin amor la vida pierde todo su sentido y lo buscamos con anhelo y deseo. Por y para eso nos relacionamos, pero en nuestra relación necesitamos descubrir y experimentar que nos tienen en cuenta, que se preocupan por mí y que les importo. Es decir, necesitamos descubrir y experimentar que nos aman.
Pero, también nosotros, al mismo tiempo, necesitamos experimentar que amamos y nos damos y entregamos a la hermosa tarea. La descubrimos cuando experimentamos la aventura de ser padre o madre. Son esos momentos cuando percibimos lo hermoso que es amar. Un amor sin condiciones y entregado hasta el extremo de dar la vida por los hijos.
Entonces descubrimos que para amar no hace falta prepararse, sino llegar a ese punto de maduración donde tú eres capaz de ser responsable y de renunciar a todo lo que te impida darte y entregarte al bien del otro, tal es el caso de tu hijo. Pero, también experimentamos que hay muchos fallos, y hay padres que no cumplen con ese deseo de amar. Les puede más sus egoísmos y lo mismo ocurre con otras personas. Somos pecadores y fallamos y hasta disparatamos pensando que el amor se acaba confundiéndolo con la pasión, el interés u otras satisfacciones.
El amor es eterno, porque amar es un compromiso. Y, afortunadamente, tenemos en quien fijarnos. Hoy, Jesús nos lo dice claramente en el Evangelio: «Éste es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado». Jesús es la referencia y el modelo. En Él tenemos que fijarnos y también intentar imitarlo. Él es nuestra meta.
No merecemos un amor como nos ama Jesús. Un amor que ha dado la vida por cada uno de nosotros y que nos ama de forma incondicional. Un amor que nos perdona cuando no merecemos perdón. Un amor que nos soporta y que, pacientemente, nos espera. Un amor que nos salva. De la misma manera que así somos amados, también nosotros debemos amar a los demás. Y experimentamos que no podemos, pero, abiertos a la acción del Espíritu Santo podemos amar como Jesús quiere que amemos. Tengamos confianza y pongámonos en Manos del Espíritu Santo.
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