Parece todo muy lejano y la propia inercia del mundo nos hace perder la conciencia de que Jesús está cerca. Muy cerca y entre nosotros. Pero, el resultado es que todo queda en palabras y el mundo es el que reclama nuestra atención. Nos olvidamos, quizás inconscientemente, de que sin el Señor nuestros frutos son del mundo y no tienen la trascendencia ni la esperanza de si vienen de la acción del Espíritu Santo.
No podemos caminar por nuestra propia cuenta. Necesitamos permanecer en el Señor y estar íntimamente unido a Él. No sólo por una cuestión de seguridad, sino por una cuestión de dar frutos, buenos frutos, porque sin Él no podremos dar buenos frutos. En Él está depositada toda nuestra esperanza y nuestra vida se orienta a hacer el bien y a dar frutos buenos que sirvan para el bien de los hombres.
Y para permanecer en el Señor necesitamos estar cerca de Él, y eso lo conseguimos frecuentando la Eucaristía siempre que podamos y permaneciendo unidos a los hermanos en la Iglesia. Por eso, la parroquia es un buen lugar para no alejarnos del Señor y estar atento para fortalecernos y dar buenos frutos. Quedarnos solos y alejados sería muy peligroso, porque el mundo está en otro pensamientos y permanece ciego afanado en cosas mundanas, caducas y destinadas a arder en el fuego.
Las Palabras de Jesús son muy claras: Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Y, por nuestra propia experiencia, experimentamos que eso es verdad, pues cuando hemos pasado nuestras noches oscuras y nos hemos alejado de la comunidad y del Señor, nuestras debilidades se han puesto de manifiesto y hemos quedado sometidos a los criterios del mundo.
Tengamos en cuenta y muy presente la necesidad de estar siempre en el Señor y permanecer en Él para dar buenos frutos. Y estamos en Él permaneciendo en la comunidad y en la frecuencia de la Eucaristía, pues nos la ha dejado para intimar con nosotros y alimentarnos espiritualmente.
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