Mt 8,23-27 |
Y si nos preguntamos, ¿de estar el mar tranquilo hubiésemos despertado a Jesús? Supongo que la respuesta sería que no, e incluso nos sería indiferente que siguiera durmiendo. Luego, ¿por qué le despertamos? Posiblemente, porque creemos que Él puede librarnos de ese mar encabritado con olas que amenazan con pasar por encima de nuestra barca hasta hundirla. Realmente, es eso, el miedo, lo que nos lleva a despertarle.
En la vida nos ocurre lo mismo. Acudimos al Señor cuando estamos en algún apuro y mientras, cuando nos valemos por nosotros mismos, les dejamos dormir. Nuestra fe es muy poca, por no decir ninguna. Pero, sólo estando cerca de Jesús podemos ver su poder. Aquellos que no estaban en la barca nunca sabrán el extraordinario y misterioso poder del Señor. Increpando a los vientos y al mar vino una gran calma.
La pregunta es; ¿estamos nosotros en la barca? Porque de no estar en ella nunca nos enteraremos del Poder del Señor. Por tanto, es de sentido común que para conocer y ver al Señor hay que relacionarse con Él y estar cerca de Él. Sólo así podemos ver y experimentar su Poder y su Amor. Eso significa que tenemos que subirnos a la barca, su Iglesia, y navegar en ella y junto a ella.
El encuentro con el Señor pasa por una experiencia personal. No puedes pensar que con dar un paseo en la barca (Iglesia) o estar en ella algún tiempo, todo está hecho. Se necesita navegar en ella y con ella para estar en esos momentos de tempestad, de adversidades y contra tiempos como la Mano del Señor nos suaviza, nos fortalece y nos quita el miedo. Un miedo que desaparece experimentando y sabiendo que el Señor Vive y está cerca de nosotros, y no duerme, aunque tengamos esa sensación.
No te preocupes sino lo normal. El Señor está con nosotros y aunque las cosas de este mundo no vayan como nosotros queramos, no olvides que lo verdaderamente importante es que vayan como Dios quiere. Porque, Él, siempre quiere lo mejor para sus hijos.
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