Pronto nos damos cuenta que mantenerse libre de pecado es misión harto difícil. Por eso, necesitamos encontrar el perdón para purificados continuar el camino. Es de sentido común que sea Dios quien me perdone los pecados, y eso pensaban los judíos. De ahí que la presencia de Jesús y su decisión de perdonar los pecados a aquel paralítico que le presentan es tomada como una intromisión y blasfemia.
¿Nos pasa a nosotros lo mismo hoy? ¿Confías que, por el poder del sacramento del orden el sacerdote te da, por la gracia de Dios y en el nombre del Padre. Hijo y Espíritu Santo, el perdón de tus pecados? O, como aquellos judíos de su tiempo piensas que eso no es así? Jesús, obligado por las circunstancias les demuestras a los presentes que Él es realmente el Hijo de Dios y tiene poder para perdonar los pecados. Y lo hace de una manera muy lógica, curando a aquel paralitico para que observen que quien cura la parálisis física también tiene poder para perdonar los pecados del alma contra Dios.
Lo que realmente importa es que tú y yo tomemos conciencia de eso y, a pesar de la distancia, creamos en la Palabra y el Poder de nuestro Señor Jesús de perdonar los pecados. Y entendamos que ese es el camino. No nos está permitido, al caer, quedarnos en el lodazal del pecado, sino levantarnos y continuar adelante. Para eso, nuestro Señor Jesús ha instituido el sacramento de la reconciliación, para levantarnos de nuestros frecuentes caídas y errores y, en pie, continuar el camino.
Posiblemente tengamos muchas parálisis y, las peores son las que escapan a nuestra vista. Busquemos la luz que nos ayude a descubrirlas para presentarlas ante el Señor y poder sanarla para que nuestro camino sea mejor cada día. Tengamos esa confianza en la Misericordia de Dios, que no sólo nos perdona sino que nos va dando la fuerza necesaria para irnos superando y venciendo esas parálisis que paralizan, valga la redundancia nuestros cuerpos.
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