Todos hemos oído alguna vez esta frase: "Se han pasado muchos apuros, pero ha valido la pena". Significa que aunque el sufrimiento ha sido grande, la recompensa final lo hace olvidar y el regocijo es hermoso y grande. Todos lo entendemos así y es que así es como único tiene sentido. En la vida todo lo hermoso esconde grandes esfuerzos y sacrificio. Llegar a una meta importante en tu vida significa esfuerzos y renuncias, que no todos están dispuesto a padecer. Solos los perseverantes y firmes en su propia fe lo alcanzan.
Hoy el Evangelio nos habla de eso. De una meta que todos llevamos escrita dentro de nuestro corazón. Queremos vivir felices y por eso luchamos. Pues bien, esa meta no está en el mundo que vives, ni en tus proyectos mundanos. Tampoco la encontrarás en el poder, ni en el placer. Y menos en el dinero. ¿Por qué? Por una simple y sencilla razón que todos entendemos, porque este mundo es caduco y todo lo que procede de él también es caduco. Y lo grande, lo que vale la pena si muere no es grande ni vale la pena.
Sólo vale la pena ese deseo que tú tienes dentro de ti, que quizás lo tienes dormido y ahogado por el ruido del mundo y no lo adviertes, y lo buscas en el mundo. Ese deseo de gozo eterno en plenitud. Porque, eso es lo que tú buscas, quizás de forma errónea en la lujuria, la concupiscencia, en el dinero, en el poder...etc, pero no acabas de encontrarlo nunca. Pasan los años y empiezas a pensar que este mundo es un engaño o un pozo sin salida.
Sin embargo, si hay salidas. Hay dos, seguir al mundo con todo lo que él te ofrece, o seguir a Jesús, el Hijo de Dios, ese que hoy te habla en el Evangelio y te dice: «En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo. También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar. Aquel día no me preguntaréis nada».
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