Lc 1,26-38 |
No parecería lógico que Dios escogiera entre lo grande, fuerte, poderoso y notable, pues esa grandeza podría justificar su éxito. Lo sorprendente y notable es hacer cosas grandes con cosas pequeñas o inservibles. Sería mucho más destacable su poder y su llamada de atención. Por eso, Dios se vale para su misión de personas pequeñas, sencillas e incapaces de hacer por sí solas la Obra que Dios les encomiende. Por eso, no acude a un pueblo relevante y notable, ni tampoco a gente de gran alcurnia y poderosos. Nada de eso, elige lo que, posiblemente, otros no elegirían para llevar a cabo su gran misión.
Manda a su ángel a un pueblo insignificante, pequeño y de muy poca importancia. Y, dentro de él, elige a una sencilla y pobre joven, que no destaca sino por su humildad y sencillez. Nadie importante en un pueblo que ni aparece en el mapa. Confesamos la sorpresa de ver como Dios hace su Obra. Sorprende mucho al hombre hasta el punto que se le hace difícil creer.
Dios hace cosas grandes utilizando lo pequeño y aparentemente inservible para la misión elegida. Lo ha venido haciendo a lo largo de su Plan de salvación, desde Abraham hasta el último de la lista, Juan el bautista. María es la elegida en este momento, y para la misión más grande, pues ser elegida para que prestar su seno con el fin de que sirva de cuna para el Niño Dios que va a nacer. Y, María, sin más se ofrece dando su vientre para que se realice la Obra de Dios, enviar su Hijo a este mundo a través del seno de María, su Madre.
Sin lugar a duda, Dios sorprende y también puede sorprenderte a ti y a mí. Pero, primero, para eso tendremos que hacernos pequeños, es decir, revestirnos de humildad, porque, Dios no entra sino en los humildes y pequeños. Y a partir de ahí, Dios puede sorprenderte cuando quiera y donde quiera. Sólo necesita tu corazón y tu disponibilidad, tal y como hizo María, para llenándote de su Gracia hacer su Obra en ti. Sólo te queda esperar, obedecerle y abrirle cada día tu corazón.
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