Mt 26, 14-25 |
Se suele decir, y no sin verdad, que el dinero es un peligro. Eso no significa que en sí el dinero sea malo, pues es necesario para el desarrollo de la vida y la convivencia entre los pueblos. Con el dinero se establece unos valores que hace que las familias y las personas encuentre todo lo necesario para su sustento y para el desarrollo de sus vidas.
Sin embargo, el dinero también puede presentar una amenaza cuando, contagiado por la codicia el hombre persigue más dinero que el que necesita con la intención de ser más poderoso, más fuerte y dominar a otros más débiles. Es en este punto donde empieza la amenaza y el peligro del dinero. Porque, en lugar de ayudar y favorecer la convivencia, incluso hasta dentro de las familias, las enfrenta y, en consecuencia, también a los pueblos. Nace entonces el enfrentamiento por el poder; nace la venganza y se rompe la convivencia y la paz.
El Evangelio de hoy nos presenta ese problema Judas Iscariote, administrador del grupo de Jesús, planteó a los sumos sacerdotes la posibilidad de entregarles a Jesús a cambio de una cantidad. El caso se cerró por treinta monedas de plata, pero quedó abierto a la traición y a la codicia. Hoy, muchas personas son vilmente explotadas, sometidas y traicionadas por codicia y ansias de poder. Y podíamos repetir como en otras ocasiones que poco han cambiado los tiempos. La traición por dinero sigue vigente.
Pero, a nosotros nos vendría bien no fijarnos tanto en Judas cuanto en nosotros. Porque, ¿estaremos nosotros realizando el papel de Judas en nuestra vida? Y no sólo en cuanto al dinero, sino a otras actitudes que, guardándolas, las negamos a compartir con los demás. Tales son, nuestro tiempo, nuestros talentos, nuestras actitudes y facultades...etc.
Tratemos de mirar para nosotros mismos y experimentar si realmente nosotros estamos lejos de ese papel que vivió Judas Iscariote o lo estamos ejecutando tan o mejor que él. Confiemos que, por la Gracia de Dios, podemos superar todas esas tentaciones que nos amenazan.
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