Lc 19,1-10 |
Es posible que tu corazón no haya cambiado. Sin lugar a duda ha nacido herido por el pecado y sometido a las pasiones y ambiciones de la carne y del poder y riquezas, pero su destino es cambiar, porque, dentro de él hay una impronta del Amor de Dios que le suscita amor y deseos de amar buscando el bien de los otros. Pero ese cambio necesita del aliento divino para poder ser susceptible de cambio.
Ahora, podemos afirmar que, si tu vida, después de un posible encuentro con Jesús, no tomó un rumbo nuevo siguiendo la propuesta de sus enseñanzas y mandatos, ese encuentro no se ha producido de forma sincera y abierta. Nos explicamos, la consecuencia de un encuentro pleno con Jesús y abierto a su Palabra es un cambio profundo de rumbo en las aspiraciones y deseos de tu corazón. Es una búsqueda incesante de amor que te viene rebota del Amor de Dios.
Ahora, también puede ocurrir que tu corazón no se abra con humildad y sinceridad. Es posible que tu corazón dude y tenga segundas intenciones porque no está decidido a despojarse de sus inclinaciones mundanas y carnales. Es posible que tu corazón no se haya decidido en lo más profundo de sí mismo a despojarse de la esclavitud a la que está sometido. No es cosa nueva, ya en tiempos de la liberación del pueblo judío de Egipto, pueblo elegido por Dios, quisieron volver a Egipto cuando empezaron a experimentar la aridez y dureza del camino del desierto y cuando se vieron perseguido por la obstinación del Faraón egipcio.
Quizás tú, yo y muchos estemos en esa etapa. Empezamos a protestar y a poner pegas a la acción del Espíritu Santo que hemos recibido en nuestro bautismo. Quizás tú y yo prefiramos el Egipto que conocemos donde nos sentimos mejor y más cómodo que el desierto que nos propone la conversión y la propuesta de Jesús. Será decisión tuya y de nadie más. Hoy el Evangelio nos habla de la que tomó Zaqueo, y no le fue fácil, pues tenía mucho dinero.
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