Es posible que a veces creemos y pensamos que si no cumplimos con nuestras oraciones acostumbradas y programadas estamos fallándole al Señor. Sobre todo en esos días que se nos ha amontonado trabajo o, por circunstancias no habituales, no hemos dispuesto de nuestro tiempo. Y no se nos ocurre pensar que el Señor nos ve y sabe que no hemos dispuesto del tiempo necesario y que lo que Él quiere es que descansemos, ¡que bastante hemos hecho! Sí, confieso que a veces lo he llegado a pensar, pero, también confieso que me he sentido atado o esclavizado a ese cumplimiento.
Una cosa, entiendo, es mal gastar tu tiempo de forma holgazana y egoísta, y otra es derramarla en hacer algo que es un bien para otros. Me ha sucedido que, escribiendo algo de forma desinteresada y con la buena intención de compartir mi fe y alumbrar, por la Gracia de Dios y la acción del Espíritu, se me viene la noche encima y me voy a la cama tarde. Y me viene esa idea, me apetece acostarme, pues estoy cansado y dormirme satisfecho abandonado en el Señor. Sin embargo, esclavo de mis cumplimientos decido rezar mis oraciones de la noche.
Creo que a mi Padre Dios le gustaría que descansara, y que disfrutara abandonándome al sueño, pensando y satisfecho de hablar de su Amor y su Bondad. No se trata de una disciplina rígida, que también es necesaria ante la amenaza y el peligro de la holgazanería y pereza, hay que crear buenos hábitos, pero también conviene saber que Dios es nuestro Padre, y, como Padre, sabe lo que hacemos y cuando nos conviene descansar y dejarle todo en sus Manos. Eso es también una señal y prueba de nuestra confianza en Él.
Tengamos, pues, muy presente que el Señor camina con nosotros y que está siempre a nuestro lado para aliviar nuestra carga, para soportar nuestro desánimo y levantar nuestra desidia y apatía. Acudamos siempre a Él, porque en Él está nuestro descanso y nuestra esperanza. Él nos mueve, nos renueva y nos da esa ilusión y deseo de continuar, agarrados a Él, el camino de la fe y la Resurrección.
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