sábado, 4 de septiembre de 2021

LA LEY Y EL AMOR

Lc 6,1-5

Toda Ley si presume de Ley tiene que ir prendada y sustentada en el Amor. Sin amor no hay Ley, y si hay es una ley adulterada por la codicia, interés y ambición del hombre. Las leyes humanas son leyes fallidas porque nacen de un amor imperfecto, viciado por el egoísmo y la codicia. Así es la ley del sábado, una ley que mira el interés de algunos, pero no de todos. Sobre todo, excluye a los más débiles y pobres.

Jesús, al ser interpelado, les recuerda que la primacía de la Ley es el amor y, en consecuencia, el bien del hombre. Por tanto, nos preguntamos, ¿qué es primero, padecer hambre o saciarlo? Si primero es saciar el hambre del hombre, la ley no puede interponerse y obligar a que el hombre no pueda saciar su hambre por el simple hecho de ser sábado. La ley no puede ser caprichosa, al contrario, debe siempre estar orientada al bien común y beneficio del hombre.

Otra cosa es el sacrificio voluntario, nacido de la libertad de ofrecerse en penitencia por alguna causa que iría buscando un bien más grande y concreto. Pero, la ley nunca puede obligar a maltratar y abstenerse de un bien superior por simple cumplimiento de unas normas que no significan nada. Porque, todo lo que no nazca de la buena intención del corazón carece de valor. Incluso las buenas obras.

El amor es la medida y el catalizador de la validez de tus obras. De modo que, llegado el momento de tu hora y tu juicio, si tu vida está cargada de buenas obras, pero sin amor, su valor es nulo. Lo que le da valor a tus obras, no es la cantidad, la importancia o grandeza de las mismas, sino el amor con que realmente las hagas. Así, un simple vaso de agua, dado con amor y buena intención, es un tesoro en el cielo.

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