No podrás librarte de la tentación nunca. La
alternativa será luchar contra ella y no abandonarte nunca. El antídoto, por
significarlo de una manera concreta, estar y permanecer unido al Espíritu
Santo, recibido en el bautismo, y no desfallecer confiando en su Fortaleza y
superioridad ante el Maligno. Jesús es la referencia para seguir, su resistencia
a la tentación en el desierto nos marca el camino. Permanecer en el Señor nos garantiza
la victoria, aunque eso suponga esfuerzo por nuestra parte. Por y para eso
hemos sido creados libre, para responder de nuestros actos.
Hay momentos de tu vida en que te sientes más
fuerte y seguro. Son momentos en los que te parece imposible sucumbir a las
tentaciones que cada día se te presentan. Pero, no es así, la debilidad, el
desfallecimiento y la tentación se presentan en el mismo momento. Cuando llega
la duda, el desánimo y, por tanto, la flaqueza, aparece la tentación. Y, como
ocurrió a Jesús en el desierto, al sentir hambre, el demonio aprovecha la
ocasión para tentarle e indicarle el camino más cómodo y fácil, convertir unas
piedras en pan. Nos ocurre también a nosotros a cada momento. Recurrimos al
camino más cómodo y fácil para adecuar nuestra vida la comodidad – valga la
redundancia – y no tener dificultades. Tratamos de evitar el esfuerzo, la
superación y nos abandonamos en manos de otros. Y eso, quizás no siendo malo,
es peligroso. Nos acostumbramos a ceder, a rendirnos, a acomodarnos y al
placer. Y, cuando menos lo esperas, llega la tentación.
Tener siempre presente en nuestra vida a nuestro Padre Dios, y marcarnos nuestro camino junto y en Él, será siempre una fortaleza que nos ayude a resistir los embates del placer, de lo fácil, lo cómodo y de ponernos en manos del mundo, demonio y carne. Procuremos acompañarnos, sobre todo, en los momentos de más flaqueza, estar en la presencia del Señor y saber que con Él seremos siempre mayoría aplastante.
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