(Jn 1,47-51) |
Quien es sincero, sencillo y humilde no podrá falsear la vida. Siempre vivirá en presencia de la verdad y no esconderá sus fracasos, sus debilidades y pecados. Se mostrará tal cual es, y eso se llama personalidad. Y eso quiere significar que siempre se intentará mejorar, porque la humilad busca la verdad y descubre la mentira. Otra cosa es que no se pueda, pero para eso aparece el Espíritu de Dios, que nos dará lo que falte para cumplir su Voluntad.
El episodio del Evangelio de hoy nos pone delante de esa realidad. Natanael no cree que de Nazaret pueda salir el Mesías esperado, y, por supuesto, no cree que Jesús sea el Mesías prometido. Sin embargo le asombra lo que Jesús le dice cuando le ve llegar: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño». Y Natanael queda admirado hasta el punto de responder: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Y Jesús ante tal respuesta sincera le promete que verá cosas mayores. Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».
¡¡Veremos cosas mayores!! Indudablemente, ¡cuántas cosas nos quedan por ver y asombrarnos! No podemos imaginar cuantas cosas nos tiene Dios preparadas. Sería imposible para nosotros poder imaginarlas. Ni tan siquiera imaginar la figura de los ángeles y arcángeles. Por eso, por la fe, nuestra muerte debe suponer un momento emocionante y glorioso, porque es la hora en que conoceremos todo lo que el Señor nos ha preparado para que vivamos eternamente en su presencia.
¡¡Veremos cosas mayores!! Indudablemente, ¡cuántas cosas nos quedan por ver y asombrarnos! No podemos imaginar cuantas cosas nos tiene Dios preparadas. Sería imposible para nosotros poder imaginarlas. Ni tan siquiera imaginar la figura de los ángeles y arcángeles. Por eso, por la fe, nuestra muerte debe suponer un momento emocionante y glorioso, porque es la hora en que conoceremos todo lo que el Señor nos ha preparado para que vivamos eternamente en su presencia.
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