viernes, 9 de diciembre de 2016

LA CUESTIÓN ES REBELARSE

(Mt 11,13-19)
La ingratitud está presente en todos los actos y momentos de nuestra vida. Nos cuesta muchos advertir lo que hacen nuestros padres por nosotros. Hasta tal punto que consideramos un derecho recibir todo lo que hacen por nosotros. Y hablando de derechos, consideramos que el Gobierno de turno está obligado a resolvernos los problemas y crearnos un puesto de trabajo.

Y nos molestamos si eso no nos es dado. Todo son derechos y en el lado de los deberes cada vez hay menos. La ingratitud brilla por doquier. Paradójicamente, Jesús nos enseña otra cosa. El lavatorio de los pies en la santa cena deja hasta que punto debemos servir. Un camino totalmente opuesto al que está tomando esta generación. Generación rebelde y obstinada que todo lo critica, lo ve mal y exige.

Pero, ¿qué hacemos al respecto? ¿Acaso tendemos nosotros nuestra mano para colaborar y construir? ¿No tenemos deberes con los que responder a tantos derechos? ¿No advertimos que se nos da mucho y que no merecemos nada? ¿Acaso nuestros padres nos debían algo? Pero, ¿y con respecto a Dios? ¿Podemos exigirle a Dios algo? ¿Nos debe Dios algo?

Son preguntas que esperan una respuesta. Una respuesta sincera y justa que ponga las cosas en su sitio. Porque todo nos ha sido regalado. Empezando por la vida y terminando por la Gloria de tener la oportunidad de vivir en plenitud de gozo y felicidad eternamente. Se hace necesario despertar y comprender que no somos dignos de exigir, y menos de comportarnos como lo hacemos. Obviamos nuestra gratitud y perdemos el sentido y la razón de descubrir que, no mereciendo nada, todo nos ha sido dado gratuitamente.

Tratemos de menguar y de empequeñecernos, y de bajando nuestras pretensiones mostrarnos humildes y dispuestos a despertar nuestro sentido de gratitud. Porque es Dios quien viene a nuestro encuentro y nos da esa hermosa oportunidad de ser felices y eternos si le reconocemos.

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