Posiblemente, eso que cuenta hoy la parábola de Jesús no es sólo cosa del pasado, sino que está ocurriendo en este momento. Porque, son muchos los que escuchan la Palabra del Señor, pero sus reacciones son de rebeldía y violentas. Muchos lo hacen de forma indiferente, pero si se les señala se vuelve violentos, y otros persiguen acabar con esa lacra que ellos denominan.
Las persecuciones, tanto de forma fría y política, como violentas y hasta de muerte son testimonios de lo que está pasando, y de lo que cuenta Jesús en la parábola de este Evangelio. Esa fue la respuesta de Israel, el pueblo elegido, al que se le dio, en la persona de Abraham, el Reino de Dios. Por tanto, «Por eso os digo: se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos» (Mt 21,43).
La Iglesia, el nuevo Israel, está misionada para llevar el anuncio de la buena Noticia a todos los pueblos, para que den frutos de Vida Eterna. De eso se trata, de transmitir la buena Noticia, que hemos recibido de Jesús, el Señor, y que no puede quedarse dentro de nosotros de forma individual, sino que tiene que salir y emerger para dar frutos para todos.
Son de esos frutos de los que nos habla esta parábola de la Viña, y del rechazo del pueblo, sobre todo en la persona de los notables y grandes sacerdotes. Una Viña que Dios nos ha regalado para trabajarla y dar frutos, y que nos negamos a dárselos. Una vida recibida gratuitamente, para vivirla según la Voluntad de Dios, por y con amor por los demás, para servir de forma justa y verdadera. Unas semillas plantadas dentro de nuestros corazones para que den verdaderos frutos de amor.
Y es que, el hombre tiene dentro de su corazón la semilla del amor y siente la necesidad de amar y de hacer el bien. Lo observamos y experimentamos en el mundo que vivimos. Se busca la verdad y hacer el bien, pero, sometido al pecado, el hombre se deja llevar por su egoísmo y se aparta del bien realizando el mal. Es, precisamente, la historia de esta parábola.
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