miércoles, 30 de enero de 2019

LA TIERRA DE NUESTRO CORAZÓN

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Mc 4,1-20
La vida es una siembra, y para que dé buenos frutos es necesario que la preparemos. Pero, ¿dónde está nuestra tierra? Dios ha querido que, de la misma manera que ha sembrado la vegetación del mundo en el que vivimos, nuestro corazón sea el lugar donde se den los frutos que Él espera de nosotros. 
Ha sembrado nuestro corazón de su Palabra, y espera que allí vaya creciendo hasta el momento de dar frutos. También así parece que sucedió en esos treinta años de vida oculta del Señor. Fue un tiempo de siembra donde fue creciendo en sabiduría y fortaleza y la Gracia de Dios estaba sobre Él - Lc 2, 40 -.

El proceso de sembrar mantiene siempre el mismo ciclo: siembra, crecimientos, frutos y siega. Para dar frutos hay que crecer. Crecer en el conocimiento de Dios y de su Voluntad y como resultado aparecerán los frutos que se recogerán al final de nuestros días, la siega. Y que de su calidad dependerá nuestra eterna felicidad.

Pero, todo dependerá de preparar una buena tierra que acoja con garantía esa semilla que siembra el Señor. Porque, de no ser así, la semilla puede caer a orillas de nuestro camino y rápidamente las aves se la comen. O puede que nuestra vida esté llena de muchas piedras y poca tierra, donde las raíces de la siembra de la Palabra de Dios no se hundan lo suficiente por escasa tierra y su brote rápido es secado por los rayos del sol al no tener profundidad sus raíces. A las primeras dificultades nuestra fe se viene abajo.

Pero, también puede suceder que nuestro corazón esté lleno de mucho ruido y los afanes de todo lo que el mundo nos presenta  y las demás concupicencias terminan por ahogarnos y no damos frutos. Por eso, necesitamos abonar nuestro corazón con la oración y los sacramentos y todo el abono del que nos provee la santa Madre Iglesia para que nuestra tierra produzca frutos. 

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