lunes, 29 de abril de 2019

SEÑALES QUE DESCUBREN TU DIVINIDAD

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Mt 11,25-30
La Resurrección, Señor, deja con claridad meridiana la demostración de su Divinidad. Nadie tiene poder sobre la muerte, y Tú, Señor, eres Señor de Vida y de Muerte. Y es que sin Ti perdemos la vida y entramos en las tinieblas y la perdición. De nada nos valdría ganar este mundo si realmente perdemos la eternidad en plenitud de Vida gozosa en tu presencia.

Sin lugar a duda vamos experimentado, incluso por nosotros mismos, que son los sencillos, los humildes, sean de la condición que sean, los que se abren a la acción del Espíritu Santo y aceptan la filiación divina que nos viene de nuestro Padre Dios. O dicho de otra forma, sólo desde la humildad somos capaces de creer en Dios, nuestro Padre, y aceptar que Jesús es su Hijo, el enviado, para enseñarnos el camino hacia el Padre. 

Y esto lo va descubriendo nuestro Señor Jesús por su propia experiencia humana. Se va dando cuenta que su Palabra es aceptada por la gente sencilla, la que gente que se sabe creada por Dios y que cree que el Padre ha enviado a su único Hijo, el Mesías, encarnado en Jesús, para liberarnos de la esclavitud del pecado y enseñarnos el camino hacia la Casa del Padre. Y Jesús lo expresa de una manera extraordinaria y agradecida cuando dice: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».

Y consciente de nuestras debilidades y esclavitudes, el Señor nos invita a seguirle y a imitarle. A tratar de esforzarnos en parecernos a Él, no partiendo de nuestras fuerzas, frágiles y debilitadas por nuestra soberbia, por nuestra prepotencia y avaricia, sino descansados y apoyados en el Señor. 

«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».

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